Líneas de investigación
Proyectos en Curso
Proyectos Anteriores
Resumen III de las Jornadas de debates internos (Baeza, 29 de noviembre / 1 de diciembre 2005). Lo común ¿Qué significa hoy ser militante? |
¿Por qué nos planteamos una y otra vez el problema de lo común?", se preguntó Marina Garcés en el inicio de la cuarta y última sesión de las jornadas de debates internos de Rutas de la potencia. A su juicio, porque lo común es el signo de interrogación desde el cual los movimientos sociales abordan sus situaciones y luchas políticas, poniendo en cuestión las relaciones que habitualmente establecen con su entorno. O en otras palabras, lo común no es algo que exista a priori, sino que se va haciendo; no es una propiedad que se tenga, sino que se construye. "Siempre está en construcción", precisó, "pues si no, se pierde. Es decir, nunca se puede definir plenamente y, por eso, debe entenderse como un problema, nunca como una solución". La experiencia de lo común alude al problema de la producción de un nosotros y no a la relación con los otros (que pone en juego otro tipo de cuestiones como la solidaridad o el reconocimiento). "De hecho", explicó Marina Garcés, "la experiencia de lo común se vive cuando ese otro deja de ser otro y se convierte en parte de nosotros". Además, ese "nosotros", no puede ser cualquier nosotros. Sería un nosotros virtualmente abierto, con capacidad de crear mundo y de producir un desplazamiento en nuestras relaciones. Pero, ¿qué implica plantearse la cuestión de lo común en el contexto de la sociedad-red? En primer lugar, según Marina Garcés, habría que tener en cuenta que lo común no es sinónimo de la comunidad. Una identificación que se realiza con frecuencia cuando se reflexiona sobre las prácticas y experiencias militantes. Una comunidad no genera necesariamente procesos políticos de producción de lo común. Y aunque, en determinadas condiciones y circunstancias se puede tensar y politizar (y, por tanto, producir experiencias de lo común), en otras su estructura será completamente jerárquica y vertical. La sociedad-red se basa en la superposición de múltiples procesos de relación y comunicación entre núcleos aislados (pero conectados) que, a su vez, se inscriben en diferentes estructuras de pertenencia (la familia, la cultura, el equipo de fútbol, la raza...). A juicio de Marina Garcés, en esta sociedad, lo común se produce cuando se generan cortes en esos procesos de relación y comunicación. "Pues esas interrupciones", argumentó, "hacen visible el lugar aislado desde el que los ciudadanos contemporáneos afrontan los problemas sociales (que perciben como problemas personales), desprivatizando momentáneamente sus vidas y haciendo emerger un común (un nosotros)". Por tanto, en el contexto de la sociedad-red, lo común no es un lugar (un constructo social) al que se llega y que se habita, sino una experiencia que se vive de forma intermitente y a escalas distintas. Todo esto se refleja, según Marina Garcés, en la experiencia de Miles de Viviendas, un “proyecto okupa” de Barcelona que no se define tanto por el hecho de re-apropiarse de un inmueble vacío como por la creación de un espacio asambleario abierto y flexible que se ha mantenido activo incluso en momentos en los que no se estaba ocupando ninguna casa. Miles de Viviendas es fruto de otra experiencia de lo común, el "no a la guerra", que generó un corte en los procesos de relación y comunicación que alimentan la sociedad-red, transformando las calles y los ritmos ciudadanos durante un tiempo más o menos prolongado. En Barcelona, varias personas que después de las movilizaciones del "no a la guerra" sintieron que ya no podían dar marcha atrás, que no podían volver a su vida privada anterior (pues se seguían sintiendo ligados a un nosotros), decidieron buscar otro espacio que permitiera prolongar esa experiencia de lo común. Y de esa búsqueda surgió el proyecto Miles de Viviendas. A partir del análisis de la experiencia de Miles de Viviendas, Marina Garcés ha llegado a la conclusión de que la vivencia de lo común en la sociedad-red tiene dos características muy significativas: su excepcionalidad (aunque sea una excepcionalidad que se prolonga en el tiempo), "lo común no es un lugar al que se llega, sino que se vive siempre como algo que, de manera excepcional, interrumpe nuestras vidas", explicó; y su fragilidad -que no es sinónimo de debilidad-, ya que en estas experiencias de lo común, el nosotros que se construye se puede romper en cualquier momento. Margarita Padilla señaló que le resulta muy difícil pensar en la posibilidad de una experiencia de lo común que se produzca al margen de la creación de una comunidad. "Por ejemplo", explicó, "es más fácil ver lo que tiene de comunidad un proyecto como Miles de Viviendas -donde hay un grupo de personas que comparte muchas cosas cotidianas- que su producción de lo común". A este respecto Marina Garcés indicó que en la entrevista que le ha realizado a los integrantes de Miles de Viviendas, éstos en ningún momento se definieron como una comunidad. Comparten el mismo techo, comen y duermen juntos..., pero su experiencia de lo común no está relacionada con esa vida comunitaria, sino con la producción de una serie de intervenciones políticas que aparecen de forma intermitente y se viven a diversas escalas. "A finales de la década de los noventa", recordó Mario Santucho, "la sociedad argentina comenzó a vivir un proceso de profunda politización que construyó una experiencia de lo común que nos ha modificado y que, como decía Marina Garcés, nos imposibilita dar marcha atrás, volver a nuestras vidas privadas anteriores". Con la llegada al poder de Néstor Kirchner, esa forma de lo común se fue diluyendo, y con ella retrocedió la capacidad de trazar líneas de transversalidad capaces de politizar la experiencia. A juicio de Santucho no tiene sentido tratar de prolongar lo que entonces emergió como común a través de un proyecto comunitario específico. "Es decir", explicó, "no tiene sentido identificar lo común (eso que nos desarma como individuos y nos provee dimensiones de un nosotros) con la propia existencia y supervivencia de los colectivos que han sido creados por ese proceso de politización. Eso no conduce sino a la reabsorción de las potencias liberadas en una especie de burbuja militante que dibuja un callejón sin salida". Por ello, Mario Santucho cree que es necesario, más bien, concentrar la atención en re-construir la mirada, asumir el desafío de re-alfabetizarse, para construir la disponibilidad que se precisa para habitar y acompañar las experiencias políticas que comienzan a emerger en esta nueva etapa. Uno de los principales problemas a los que deben hacer frente los movimientos sociales es la dificultad de mantener experiencias políticas radicales a lo largo del tiempo. En este sentido, Pablo Carmona recordó la profunda crisis que vivió el movimiento okupa y autónomo de Madrid a finales de los años noventa, cuando una serie de acontecimientos (desalojo del Centro Social La Guindalera -con cerca de 200 detenidos-, refundación y disolución de la Coordinadora de Colectivos de Lucha Autónoma...), pusieron de relieve algunos de los problemas analizados en este encuentro: peligro a caer en la prepotencia, tendencia a encerrarse en guetos autocomplacientes y autosuficientes. A partir de esa crisis, el Centro Social Seco (distrito Retiro, Madrid) apostó por una des-identificación política, iniciando una serie de procesos de colaboración con colectivos muy heterogéneos: desde grupos de Boy Scouts a la Red Ciudadana por la Abolición de la Deuda Externa (RECADE), pasando por asociaciones de vecinos e incluso colectivos vinculados a las parroquias de la zona. De este modo, se tejió una comunidad muy neutra y diversa que se articulaba en torno a cuestiones puntuales como la organización de eventos festivos o de acciones para denunciar las carencias que había en el distrito. Curiosamente, tras el proceso de politización colectiva que se generó con las movilizaciones contra la guerra de Irak, muchas de las personas que se habían acercado al Centro Social Seco en su proceso de diálogo con la comunidad en la que se insertaba, se fueron radicalizando y llegaron a adoptar actitudes muy combativas. "De repente", recalcó Pablo Carmona, "en torno al Centro volvió a gestarse una comunidad políticamente muy homogénea, aunque formada por gente que procedía de espacios muy diversos". Pablo Carmona no ve muy clara que haya diferencias entre la experiencia de lo común (que rompe con las relaciones individualizadas que caracterizan la sociedad-red) y la que genera una comunidad que se embarca en un proceso de politización. Por ejemplo, el Centro Social Seco cuenta actualmente con una red organizativa bastante sólida (que se articula en torno a cuatro o cinco asambleas anuales en las que participan 50 ó 60 personas) y con un entramado, más o menos amplio y difuso, de colectivos. "La red organizativa", precisó Pablo Carmona, "que hace siete u ocho años hubiese sido la principal herramienta de reproducción de la comunidad, ahora funciona únicamente como un espacio de gestión de una realidad comunitaria mucho más amplia e informal que es donde se producen los debates y se toman las decisiones políticas más importantes". A priori, según Pablo Carmona, para pensar cómo se ponen en marcha procesos de construcción de lo común, lo primero que tendrían que preguntarse los movimientos sociales es a qué le dan más importancia: a la reflexión sobre qué son o a la reflexión sobre qué quieren hacer. "Aunque quizás", matizó, "no se pueden disociar esas dos preguntas, pues el reto de nuestro proyecto 'revolucionario' no es alcanzar una serie de objetivos ideológicos más o menos abstractos, sino conseguir transformar nuestras vidas cotidianas". Y para ello, es necesario generar herramientas políticas de contra-gestión (no de contrapoder). Herramientas concretas y reales que posibiliten, por ejemplo, disponer de una renta básica, acceder a una vivienda digna, tener cubiertas ciertas necesidades educativas o sanitarias..., en definitiva, que la comunidad sobreviva y se reproduzca. "En este contexto", recalcó, "el común y la comunidad son la misma cosa. Porque la propia existencia de la comunidad es una herramienta que necesita aferrarse a cuestiones políticas para poder sobrevivir". Javier Toret encontró muchas similitudes entre la experiencia del Centro Social Seco y la de Entránsito, un espacio que está en activo desde finales de la década de los noventa y cuyo principal objetivo es "lanzar procesos de investigación y de organización con migrantes y precarios del territorio sur de Europa y norte de África". A su juicio, ambas experiencias comparten la preocupación por construir un proyecto político consistente (que sea capaz de trabajar a medio y largo plazo) pero que, a la vez, no cierre los ojos a lo que ocurre a su alrededor y trate de re-conectar con las energías políticas que van emergiendo en distintos espacios de su entorno social. "Los movimientos sociales", subrayó, "necesitan re-inventarse continuamente para no esclerotizarse, pero al mismo tiempo tienen que desarrollar un trabajo diario que les permita construir una relación inteligente con otros agentes sociales y entidades institucionales". En opinión de Javier Toret es necesario que los movimientos sociales problematicen sus prácticas y desarrollen procesos de investigación que faciliten la comprensión y la renovación de las experiencias militantes, pero ese análisis no debe desmovilizarles y hacer que no se arriesguen a tomar ciertas decisiones porque no saben muy bien cuáles serán las consecuencias. "Hay una frase de Deleuze", añadió, "que creo que resume muy bien este planteamiento: cuando la teoría encuentra un muro, la práctica viene a derribarlo". Por su parte, Nicolás Swiglia cree que habría que pensar cómo se pueden situar las prácticas militantes en un marco estratégico que permita ver un horizonte de irrupción en la escena pública. "Me parece que es compatible seguir profundizando en experiencias micropolíticas (como los centros sociales)", explicó Swiglia, "y, al mismo tiempo, plantearse la posibilidad de intervenir e influir en los espacios de poder". No se trataría de poner en marcha un partido político con una estructura jerárquica, sino de darle más importancia a la cuestión de la organización, de forma que se pueda crear un contrapeso público que posibilite, por ejemplo, que se 'institucionalicen' determinados derechos ciudadanos (la libre circulación de las personas, el libre acceso a la cultura...). Para Margarita Padilla, las iniciativas sociales que más pueden corroer el neoliberalismo (esto es, impugnarlo y demostrar sus mentiras), son las que tienen una relación directa con alguna forma de dolor. "Entre otras cosas", aseguró, "porque el dolor nos sitúa en una posición en la que nada de lo que el poder nos pueda ofrecer, conseguirá satisfacernos plenamente". En este punto, Margarita Padilla señaló que le ha sorprendido negativamente la actitud fría y distante que han adoptado los circuitos militantes del Estado español ante tres situaciones de dolor que reflejaban la peor cara del neoliberalismo. En primer lugar, el accidente del Yakovlev-42, en el que fallecieron 62 militares que regresaban a España después de pasar cuatro meses en Afganistán. Tras este accidente, el dolor de sus familiares armó un espacio de comunidad entre personas que no tenían previamente una conciencia crítica. "Hay que tener en cuenta", señaló Margarita Padilla, "que el accidente del Yakovlev-42 refleja las consecuencias trágicas de la aplicación de medidas neoliberales en la gestión de recursos públicos (pues en ese transporte militar intervinieron hasta seis subcontratas)". En segundo lugar, la muerte de once trabajadores en la extinción de un incendio forestal en la provincia de Guadalajara, un suceso que desveló las condiciones laborales de enorme precariedad en las que desempeñan su labor muchos profesionales vinculados a servicios públicos, especialmente en el entorno rural. Y, por último, el diferente tratamiento que se le dio a la muerte de dos periodistas durante la guerra de Irak: José Couso, asesinado por soldados estadounidenses cuando estaba en el Hotel Palestina de Bagdad; y Julio Anguita Parrado (que trabajaba como freelance en condiciones de extrema precariedad) que murió cuando se encontraba en unas instalaciones del ejército de EE.UU. que recibió el impacto de un cohete lanzado por fuerzas iraquíes. En torno a estos sucesos se han generado luchas a las que los colectivos militante les han prestado muy poca atención, quedando aisladas y fragmentadas. A juicio de Margarita Padilla, más que organizar luchas propias, los movimientos sociales tendrían que contribuir a construir el sentido de luchas pre-existentes, amplificando sus efectos y dándole a los afectados herramientas discursivas para que puedan expresar y articular políticamente su dolor y su rabia. "Eso permitiría", señaló, "crear un ambiente de cuestionamiento constante del neoliberalismo que daría mayor visibilización y repercusión social a las energías políticas que fueran surgiendo".
Para Amador Fernández-Savater una de las funciones más interesantes que pueden asumir quienes aún se reconocen en la figura del "militante" una vez hecho el trabajo de despojarla de sus connotaciones vanguardistas, es buscar herramientas que permitan favorecer la comunicación y el intercambio lo más rico y profundo posibles entre diferentes prácticas
En términos similares se manifestó Raquel Gutiérrez Aguilar que definió la militancia como una especie de terminal nerviosa de la sociedad que es capaz de provocar procesos de transformación social. "Por ello", afirmó, "los movimientos sociales tienen que intentar convertirse en catalizadores de experiencias y energías políticas emergentes". En este sentido, Pablo Carmona señaló que uno de los principales objetivos del Centro Social Seco es funcionar como un puente de conexión entre distintas prácticas y colectivos que trabajan en el distrito de Retiro de Madrid. "En cualquier caso", precisó Amador Fernández-Savater, "cada vez que ejercemos de puentes o acompañamos procesos o experiencias, se trata de un desafío distinto y tenemos que pensar no sólo qué aportamos (cómo nuestra contribución en la situación es útil y viva), sino también qué nos aporta a nosotros estar ahí (porque sólo el deseo alimenta la A juicio de Marta Malo de Molina, la necesidad de detectar energías sociales emergentes para romper el aislamiento y buscar la construcción de un común, no tiene que implicar que se renuncie a configurar y mantener comunidades políticas en los propios ámbitos militantes "No creo que tenga sentido", subrayó, "renunciar a los saberes que hemos desplegado desde estas experiencias militantes". Para Leónidas Martín, todo está mucho más entrelazado de lo que, con frecuencia, se cree y no existe una distinción tan clara entre militancia y sociedad, tanto en lo negativo como en lo positivo. "Por ejemplo", comentó, "en casi todos los fenómenos sociales 'subversivos' que se han producido durante los últimos años en el Estado español, se pueden encontrar elementos directamente relacionados con el andamiaje político y simbólico del activismo". Para Mario Santucho, si se conciben los movimientos sociales como entidades comunitarias que tienen que pensar cómo se adaptan o comunican con el "afuera", se les está dotando de un carácter estable, cerrado, de un lugar fijo. "Eso hay que evitarlo", afirmó, "pues supone asumir un rol predefinido (y, por tanto, despolitizado) que nos impide establecer un vínculo efectivo con una dinámica de construcción de lo común". Según Santucho, más que adoptar una actitud estratégica (que presupone partir de un lugar pre-establecido y tener claro nuestro punto de llegada), hay que pensar en términos de desafío. "Un desafío que re-organiza nuestros saberes y obliga a pensar políticamente", puntualizó. A juicio de Nicolás Swiglia no tiene sentido separar de una forma tan tajante desafío y estrategia, identificando el primer concepto con la búsqueda de un pensamiento complejo e innovador y el segundo con la reproducción mimética de fórmulas políticas tradicionales. "Tenemos que salir de esa polarización", argumentó, "y ver de qué forma podemos encontrar estrategias (intuitivas y flexibles, no rígidas y pre-determinadas) que sean al mismo tiempo un desafío; es decir, ver cómo podemos articular una práctica política que nos permita pensar lo que estamos haciendo (y lo que queremos hacer) y, a la vez, influir en el espacio público". Raúl Sánchez cree que en el terreno de la militancia hay que configurar nuevas "máquinas de guerra" que, adecuándose a los nuevos modelos de relación, comunicación y organización que ha impuesto la sociedad-red, tengan la eficacia que consiguieron otros proyectos políticos históricos (desde el que puso en marcha el Partido Bolchevique en la Rusia zarista hasta el que comenzó a gestar un grupo de guerrilleros latinoamericanos en algún lugar de Sierra Maestra). Para ello, puede ser útil realizar un análisis genealógico de las formas de la militancia. Ese acercamiento analítico nos permite descubrir que la figura histórica del revolucionario tiene una dimensión mística (es un ser dedicado "en cuerpo y alma" a la transformación del mundo). "En la militancia", aseguró Raúl Sánchez, "hay siempre una dimensión moral, una convicción de que es preciso hacer lo que se está haciendo, aunque para ello haya que sacrificar ciertas comodidades". El "buen militante" es generoso, fiel (sigue activo en los momentos en los que hay menos politización) y privilegia el nomadismo (sobre todo en el mundo contemporáneo, cuando no se trata de buscar una comunicación entre fábrica, sociedad y política, sino de crear situaciones y subjetividades políticas que provoquen cortocircuitos en las lógicas organizativas de la sociedad-red). En el momento actual no tiene sentido reproducir de forma mimética los modelos históricos de la militancia. Por ello, hay que inventar nuevas máquinas de guerra que cubran distintos ámbitos de organización. Es decir, que no se queden en los aspectos "amables" de la militancia, sino que también tengan en cuenta sus dimensiones más técnicas y estratégicas (cómo se hace una asamblea, cómo se organiza un acto de sabotaje...). "No podemos olvidar", señaló Raúl Sánchez, "que en las relaciones políticas a veces hay que actuar como pájaros libres y otras como soldados, pues para cambiar el mundo, no basta con crear espacios autónomos; es preciso atacar, organizar formas de sabotaje y resistencia". Todo ello desde la conciencia de que el objetivo de esas acciones ofensivas no sería la toma del poder, sino la eliminación de relaciones jerárquicas y opresivas, de situaciones de injusticia y desigualdad. Raquel Gutiérrez Aguilar, que durante los años ochenta participó en la guerrilla katarista boliviana (esto es, en una estructura militar extremadamente rígida) considera que hay que evitar por todos los medios la tendencia a crear una especie de vanguardia militante, "a pensar que somos portadores de la Verdad y tenemos la misión de llevar la buena nueva al resto de los ciudadanos". A su juicio, se pueden (y deben) impulsar luchas concretas para propiciar una transformación social, pero siempre desde una actitud abierta y horizontal. "Porque sólo de ese modo", añadió, "es posible romper las fronteras que separan al Partido de las masas (en términos marxistas-leninistas), a los colectivos militantes del resto de los ciudadanos". Partiendo de esa premisa, Raquel Gutiérrez Aguilar considera que el objetivo de los movimientos sociales no es difundir consignas ideológicas, sino producir sentidos políticos operantes, materiales, colectivos, que permitan que los ciudadanos inscriban sus problemas y preocupaciones en un marco social más amplio. |