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Conferencia de David Harvey: Neoliberalismo y desarrollo geográfico desigual

David HarveyAl igual que el sociólogo urbano Robert Ezra Park, David Harvey, profesor emérito de Antropología en la City University of New York (CUNY) y autor de libros como La condición de la posmodernidad o Espacios del capital. Hacia una geografía crítica, considera que al crear la ciudad, el hombre se recrea a sí mismo. "La ciudad y el entorno urbano", escribe Robert Park en La ciudad y otros ensayos de ecología urbana, "representan para el hombre la tentativa más coherente y, en general, más satisfactoria de recrear el mundo en que vive de acuerdo a su propio deseo". Por tanto, según Harvey, el modelo de desarrollo urbanístico y de organización territorial que una sociedad emprenda, refleja y condiciona el tipo de individuo (de "ciudadano") que dicha sociedad construye.

En el inicio de su intervención en las jornadas Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio... y del arte), David Harvey, que ha enseñado geografía y urbanismo en Oxford y Baltimore durante más de treinta años, recordó que esta estrecha relación entre urbanización y civilización ya fue sugerida por numerosos filósofos y escritores del siglo XIX, como Friedrich Engels (La condición de la clase obrera en Inglaterra) o Georg Simmel (La metrópolis y la vida mental). A su juicio, un elemento que ha jugado un papel esencial en la configuración de la ciudad contemporánea (y, por tanto, del hombre contemporáneo) ha sido lo que él denomina el "problema de la reubicación de los excedentes de capital". En el sistema capitalista, si se quiere ser competitivo, una parte considerable de los beneficios que se obtengan de la realización de una actividad económica, se tiene que reinvertir en expandir la producción. "Sólo así", precisó Harvey, "se garantiza la supervivencia del sistema y el capitalista puede seguir siendo capitalista". No hay que olvidar que, como señaló Carlos Fernández Liria en su intervención en el seminario Re-ilustrar la Ilustración (que se celebró entre el 22 y el 25 de mayo de 2006 en la sede de la Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía), "el sistema capitalista sólo puede subsistir si mantiene un crecimiento progresivo de la producción, entrando en una especie de espiral vertiginosa de la que no puede escapar (no puede detenerse, porque si lo hace, se hunde)".

David HarveyPara imponer su lógica "competitiva y devoradora", el capitalismo tiene que solventar una serie de problemáticas y dificultades. Por un lado, necesita que haya siempre mano de obra disponible y que ésta no cuestione las condiciones laborales que establece, algo que históricamente ha intentado conseguir recurriendo a diferentes estrategias (la creación de grandes bolsas de desempleados y/o de trabajadores precarios, la deslocalización de ciertas actividades productivas...) y apoyándose en el poder político que, según Harvey, cada vez tiene menos margen de maniobra y está más sometido al poder económico y financiero. Por otro lado, necesita tener vía libre para explotar los recursos naturales que hay en el planeta. Una necesidad que está detrás de la mayoría de las iniciativas colonialistas que han llevado a cabo las grandes potencias occidentales durante los dos últimos siglos (incluyendo la actual guerra de Irak).

A su vez, el capitalismo necesita que exista un mercado activo en el que se puedan vender las mercancías que va produciendo, de modo que no se genere un desequilibrio entre la oferta y la demanda. Para esto es imprescindible no sólo que haya liquidez (es decir, dinero en circulación), sino que también se creen unas condiciones socio-culturales y simbólicas que conviertan las nuevas mercancías que se fabrican en artículos deseables y/o necesarios para un número considerable de personas. Así, al desarrollar un modelo de organización urbana que obliga al uso de vehículos de motor para gran parte de los desplazamientos cotidianos, se logra que los ciudadanos perciban la gasolina como un bien de primera necesidad.

"Por último y aunque, a primera vista, parezca paradójico", añadió David Harvey, "el capitalismo sólo puede sobrevivir si hay pocos capitalistas, esto es, si las plusvalías que generan las actividades económicas se concentran en pocas manos". Cuando se producen situaciones que ponen en peligro esta jerarquía en el reparto de las riquezas, el capital no duda en recurrir tanto a la creación de monopolios (utilizando las herramientas reguladoras del Estado) como a la puesta en marcha de políticas económicas que posibilitan una acumulación de capital mediante la depredación, el fraude y la violencia. Esto último es lo que el autor de Espacios de esperanza denomina "acumulación por desposesión". Un tipo de acumulación que, por ejemplo, han promovido los programas de ajuste fiscal que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial imponen desde los años ochenta a los países con problemas para pagar sus deudas externas.

En este punto de su intervención, David Harvey analizó tres casos históricos en los que se refleja cómo los procesos de organización urbana y territorial se relacionan con el problema de la disposición de los excedentes de capital. En la época del Segundo Imperio (1852-1870), Napoleón III consiguió revitalizar la economía francesa a través de la puesta en marcha de grandes infraestructuras y obras públicas, tanto en territorio galo como en el extranjero (por ejemplo, el Canal de Suez). Su proyecto más emblemático y ambicioso fue la remodelación urbana de París que posibilitó que la capital francesa dejara de ser una ciudad de aire medieval para convertirse en el paradigma de la ciudad moderna. Esas reformas, que aún hoy siguen rigiendo la fisonomía y el funcionamiento de París, fueron planificadas por el Barón Haussmann que, en palabras de Harvey, "cambió la escala en la que se pensaba la organización urbana", creando grandes avenidas y bulevares que facilitaban la comunicación entre los diferentes distritos de la ciudad.

David HarveyInfluido por el Barón Haussmann, en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, Robert Moses impulsó una transformación radical de Nueva York a través de la construcción de puentes, autopistas y otras obras e infraestructuras públicas. Según Harvey, también Moses cambió la escala en la que se pensaba la organización urbana, pues su proyecto de remodelación no sólo abarcaba la ciudad de Nueva York, sino todo su entorno metropolitano. En las décadas siguientes, este cambio de escala propició la emergencia de un modelo de desarrollo urbanístico basado en la construcción de extensas áreas residenciales suburbanas (comunicadas entre sí por una sofisticada red viaria) y en el abandono de los cascos históricos de las ciudades. Tras la crisis de los años treinta (la Gran Depresión) y el paréntesis de la II Guerra Mundial, la economía estadounidense encontró en el negocio generado por esta nueva dinámica urbana un punto de anclaje que le permitió volver a recuperarse. "Pero esta revitalización", advirtió Harvey, "sólo fue posible porque se aumentó artificialmente el poder adquisitivo de los ciudadanos por la vía del crédito, haciendo que comenzaran a organizar su vida de acuerdo a una estricta lógica financiera".

Esta solución al "problema de la reubicación de los excedentes de capital" se desmoronó a principios de los años setenta, cuando la conjunción de una serie de factores y acontecimientos (guerra de Vietnam, déficit fiscal, aumento del precio del petróleo, emergencia de distintos contrapoderes con bastante capacidad de influencia...) provocó una fuerte crisis económica, no sólo en Estados Unidos sino en todos los países occidentales. Al sentirse amenazado, el capital comenzó a buscar fórmulas que le permitieran reconducir la situación y recuperar el poder que estaba perdiendo. En este contexto, surgieron una serie de centros e institutos de investigación en los que se idearon diferentes estrategias políticas y económicas para impulsar una especie de "revolución neoliberal" a nivel global.

Nueva York fue el "laboratorio urbano" en el que se gestó esa "revolución" que en los años ochenta, con la llegada al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, alcanzaría una dimensión global. "En 1975", recordó David Harvey, "en Nueva York ya se aplicó conscientemente el principio neoliberal de que es más importante garantizar la estabilidad y el buen funcionamiento del sistema financiero que proteger a los sectores más desfavorecidos de la población, todo ello desde la premisa de que el progreso social sólo se puede conseguir a través del crecimiento económico". De este modo, la "Gran Manzana" empezó a reconstruirse en función de las necesidades y los gustos del poder financiero que, en palabras de Harvey, ha conseguido que esta ciudad se convierta en "un lugar fantástico para que vivan los multimillonarios (incluyendo entre éstos a su actual alcalde, Michael Bloomberg, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos), pero en el que los demás cada vez tenemos menos sitio".

La revolución neoliberal ha hecho que, a día de hoy, el objetivo fundamental de la organización urbana y territorial no sea el bienestar de la ciudadanía, sino la creación de un "buen clima empresarial" que favorezca las inversiones y el desarrollo económico. Para ello se han generado diferentes dispositivos normativos y administrativos que permiten que determinados agentes privados intervengan directamente en los procesos de toma de decisión sobre asuntos que afectan al conjunto de la sociedad. Esto, según Harvey, supone un deterioro democrático ya que posibilita que la gestión de lo público esté condicionada por intereses privados. A su juicio, la ambigua noción de gobernanza1 -que a mediados de los años ochenta irrumpió con fuerza en los ámbitos institucionales ligados a los problemas del desarrollo, en especial en las organizaciones económicas internacionales- ha servido para camuflar (y legitimar) esta infiltración de lo privado en lo público.

David HarveyTodo esto ha provocado una gran "competencia interurbana", pues como ya indicó Arantxa Rodríguez durante su intervención en estas jornadas, en la actualidad, la prioridad de la política urbanística es el crecimiento económico y el desarrollo de nuevas posibilidades de negocio, de modo que se ha sustituido el enfoque gestor y regulador característico del urbanismo Fordista-Keynesiano por un enfoque empresarial y proactivo (neoliberal) que subordina los objetivos sociales a la lógica de la competitividad. La búsqueda de la competitividad se transforma así en el principal objetivo de los planes de ordenación urbana, al tiempo que éstos se convierten en un instrumento clave en la gestión local de la economía global.

Hay que tener en cuenta que en las dos últimas décadas la política urbana se ha articulado en torno a la puesta en marcha de grandes proyectos urbanísticos que, a pesar de ser financiados casi en su totalidad con dinero público, suelen tener como principales beneficiarios a empresas privadas. Según Harvey, esta política urbanística está sirviendo para que el poder económico solucione el problema de la "reubicación de los excedentes de capital" y mantenga el ritmo de crecimiento progresivo de la producción que la lógica "competitiva y devoradora" del capitalismo exige.

En este sentido, el autor de El nuevo imperialismo considera que la descentralización de los poderes territoriales y administrativos que propicia y refleja esta nueva dinámica urbana está jugando un papel crucial en la consolidación del neoliberalismo a escala global. "Esta descentralización", subrayó, "se ha convertido en una de las principales herramientas que utiliza el capital para acaparar cada vez más poder y aumentar su capacidad de influencia en las distintas esferas de la vida de los ciudadanos". A su juicio, sólo siendo conscientes de este hecho se pueden aprovechar las nuevas posibilidades que la descentralización también ofrece a las políticas de oposición y resistencia, al tiempo que se evita quedar atrapados en un enfoque estrictamente local de la lucha social.

 

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1.- El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define gobernanza como "arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico y social duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía".