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Conferencia de Federico Aguilera: Deterioro de la democracia, deterioro ambiental y sociedad civil: una aproximación |
Nada de esto ocurre en la actualidad. Las convocatorias electorales son un mero trámite que posibilita la alternancia entre fuerzas políticas que, más allá de sus diferencias en temas sociales o culturales, nunca ponen en cuestión la hegemonía económica del capitalismo. Los parlamentos se conciben como espacios para la discusión pública, pero en ellos no se lleva a cabo un debate real sino una confrontación fuertemente codificada y ritualizada en la que se priorizan los intereses de partido (la "lógica de bando") sobre los argumentos ideológicos. Las herramientas que existen para impulsar la participación ciudadana tienen una efectividad muy limitada. Además, ésta es presentada no como un derecho reconocido por la Constitución española (artículos 9 y el 23.1) que hay que garantizar, sino como una especie de concesión del poder que demuestra así su generosidad y sensibilidad democrática.
En este contexto, las leyes que se dictan para proteger el medio ambiente suelen tener un carácter "ceremonial" y retórico, de hecho cuando colisionan con los intereses de grandes grupos de presión, se encuentran (o inventan) con facilidad excusas legales para no tener que cumplirlas. En este sentido, Emilio Valerio, fiscal de Medio Ambiente de Madrid, asegura en un artículo publicado por la Revista Biológica que en España las leyes ambientales sólo se cumplen cuando afectan a intereses económicos de índole menor. "Pero cuando estos intereses son importantes", subraya, "los incumplimientos son clamorosos". Hay que tener en cuenta que, como se advertía en un informe elaborado por la Fiscalía de Medio Ambiente de Las Palmas de Gran Canaria en el año 2001, en la mayoría de las ocasiones, el principal "delincuente medioambiental" es la propia administración.
Según Federico Aguilera, el poder, para imponer sus criterios, es capaz de apropiarse de ciertos enunciados contrahegemónicos y de manipular descaradamente el lenguaje y el imaginario colectivo, vaciando de sentido (y, por tanto, desactivando su posible potencial transformador) nociones como "libertad", "igualdad", "democracia", "terrorista" o "desarrollo sostenible". Esto es algo que ya apreció Maurice Joly, abogado antibonapartista francés que en su libro Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu (1864) aseguraba que el "secreto principal del gobierno consiste en debilitar el espíritu público, hasta el punto de desinteresarlo por completo de las ideas y los principios". "En todos los tiempos", añade, "los pueblos, al igual que los hombres, se han contentado con las palabras. Casi invariablemente les basta con las apariencias; no piden nada más. Es posible entonces crear instituciones ficticias que respondan a un lenguaje y a ideas igualmente ficticias". A juicio de Federico Aguilera, el diagnóstico de Joly sigue siendo "absolutamente válido" para la sociedad actual (la sociedad del espectáculo), pues vivimos en una "democracia ficticia" en la que, aunque se ha desarrollado una sofisticada y costosa maquinaria simbólica para aparentar que son los ciudadanos los que toman las decisiones, el poder real continúa estando en manos de unas minorías privilegiadas. El trabajo que ha llevado a cabo B. Flyvbjerg sobre cómo se conciben, se presentan y se aprueban los grandes proyectos de infraestructura y de ordenación urbana y territorial muestra con claridad, en palabras de Aguilera, "que el poder recurre de forma sistemática a la manipulación y a la mentira para legitimar sus decisiones". Según Flyvbjerg, la justificación de la necesidad estratégica y sostenibilidad ecológica de estos megaproyectos se basa, en la mayor parte de los casos, en una exageración de sus beneficios (empleo, crecimiento económico...), una subestimación de sus costes (que, a su juicio, no se puede explicar por el error, sino que es fruto de una falsificación intencionada) y una minimización de sus impactos ambientales.
En este punto de su intervención, Federico Aguilera afirmó que cuando se analizan estos megaproyectos se detectan muchos de los indicadores de "decisiones autoritarias" que se señalan en el libro Calidad de la democracia y protección ambiental en Canarias (del que él es editor y autor o co-autor de varios de los capítulos). Por ejemplo, se suelen presentar como la única solución posible a un problema (a menudo inventado o magnificado), ignorando alternativas menos costosas en términos ambientales, sociales y monetarios. A su vez, se suele contratar a técnicos para que nieguen o minimicen sus impactos sobre el entorno ("no se debe olvidar que siempre hay expertos dispuestos a legitimar lo que haga falta", puntualizó Aguilera) y, con frecuencia, se viola la legislación ambiental y se oculta información relevante (como hizo la Consejería de Política Territorial y Medio Ambiente del Gobierno de Canarias que ocultó informes internos que demostraban la incompatibilidad de construir el puerto industrial de Granadilla con la conservación del entorno natural donde se quiere ubicar).
En cualquier caso, el autor de Economía y medio ambiente: un estado de la cuestión se muestra muy escéptico sobre la efectividad real de los instrumentos "legales" a los que, a día de hoy, pueden recurrir los ciudadanos para intentar participar en los asuntos públicos e influir en la toma de decisiones. Hay que tener en cuenta que sólo una de las "iniciativas legislativas populares" que se han presentado durante los últimos años en las Islas Canarias (todas ellas con el respaldo de un numero considerable de firmas) ha sido aceptada. Tampoco ha servido de nada el riguroso trabajo de investigación que se ha realizado para desmontar los argumentos utilizados por la administración para defender la construcción del puerto industrial de Granadilla, ni las multitudinarias manifestaciones que se han celebrado en contra de éste y otros proyectos (movilizaciones que fueran ignoradas por la mayor parte de los medios de comunicación, a pesar de que en algunas de ellas participaron más de cien mil personas). Federico Aguilera también desconfía de los mecanismos legislativos que proporcionan las instituciones de la Unión Europea (la última instancia a la que se puede acudir), "donde tienen un poder enorme los lobbies corporativos", recordó, "como demuestra el libro Europa S.A. La influencia de las multinacionales en la construcción de la UE". Por todo ello, Aguilera considera que los movimientos sociales deben plantearse la posibilidad de recurrir puntualmente a acciones de desobediencia civil, "eso sí", precisó, "buscando siempre un buen asesoramiento jurídico, pues el Estado actúa cada vez con más contundencia sobre las personas que la practican". |