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 Sobre capital y territorio
  Sobre capital y territorio  Resúmenes de Sobre capital y territorio I [2007]
 Resúmenes de Sobre capital y territorio I [2007]  Conferencia de Juliet Flower: El inconsciente espacial del capitalismo
 Conferencia de Juliet Flower: El inconsciente espacial del capitalismo
| Conferencia de Juliet Flower: El inconsciente espacial del capitalismo | 
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Una tesis que conecta con la idea planteada en 1989 por          Francis Fukuyama de que se había llegado al "fin de la historia"          (concebida como lucha de ideologías) ya que, tras la caída          del Muro de Berlín y el desmantelamiento del bloque soviético,          la democracia liberal se impondría a nivel global como única          opción política viable y los ciudadanos podrían satisfacer          todas sus necesidades y aspiraciones a través de la actividad económica.           
En el inicio de su intervención en las jornadas          Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio... y del arte),          Juliet Flower recordó que, frente a la radicalidad y autocomplacencia          de este capitalismo tardío, en la primera mitad del siglo XX se          gestó un capitalismo mucho más moderado que incluso llegó          a desarrollar importantes políticas sociales, algo que propició          que ciertas ciudades, sobre todo estadounidenses, experimentaran un proceso          real de democratización y emancipación. En ellas, afirmaba          en 1949 Charles Abrams (intelectual progresista que fue responsable de          planificación urbana en la ciudad de Nueva York), era posible que          personas de diferentes creencias religiosas, clases sociales e ideologías          políticas compartieran los mismos espacios (salas de cine, teatros,          cafeterías, parques...) y se mezclaran unas con otras. Por ejemplo,          en Chicago (ciudad en la que nació Juliet Flower), muchas de las          decisiones legislativas e intervenciones urbanísticas que se realizaron          durante aquellos años intentaron promover la diversidad (social,          religiosa, ideológica...), garantizar el acceso libre e igualitario          a la cultura o proteger el carácter público de ciertos espacios          de su territorio. "Yo amaba esta ciudad democrática de forma          apasionada", subrayó Juliet Flower, "porque abría          el mundo entero a mi curiosidad. La ciudad era para mí el espacio          en el que podía pensar libremente y, bajo mi punto de vista, pensar          libremente quizás sea el derecho humano más importante".           
Sin embargo, ya en los años treinta surgieron          detractores de este modelo de ciudad abierta y plural, como el poeta,          dramaturgo y crítico anglo-estadounidense T. S. Eliot que en una          conferencia que impartió en 1932 aseguró que la heterogeneidad          cultural y religiosa que fomentaba era una fuente inagotable de conflictos          y tensiones. En la misma línea se pronunció la XIX Conferencia          Internacional de la Vivienda que se celebró en Zurich en 1948 que          planteó que para hacer la vida urbana más confortable y          segura, había que crear pequeñas "ciudades-jardín"          fuera de los cascos históricos de las viejas ciudades que acogieran          a una población homogénea (desde un punto de vista racial,          étnico, religioso y socioeconómico).  
Se puso así en marcha un modelo de organización          urbana y territorial basado en la creación de extensas áreas          residenciales suburbanas y en la conversión de los cascos históricos          en centros financieros y turísticos. Este modelo se desarrolló          de forma especialmente intensa en Estados Unidos, entre otras cosas porque          con la neurosis colectiva que generó la guerra fría, se          pensaba que las ciudades, al ser los puntos más visibles y prominentes          de la acumulación de riquezas, constituían un "blanco"          perfecto para lanzar una bomba nuclear.  
Pero, la expansión de este urbanismo difuso y          horizontal que conlleva el abandono progresivo del centro de la ciudad,          ¿es un simple accidente de la historia? Juliet Flower, profesora          emérita de Literatura Comparada de la Universidad de California          (Irvine) y autora de libros como Figuring Lacan o The Hysteric's          Guide to the Future Female Subject, cree que no. A su juicio, la dialéctica          de amor-odio a la ciudad que muestra el capitalismo se puede entender          como un lapsus en el sentido freudiano, es decir, como la expresión          de algo latente o escondido, como una manifestación de su inconsciente.          A su vez, Flower considera que podemos "leer" su expresión          urbana más característica -el suburbio- como una encarnación          extrema del "principio de placer"1.          De hecho, cada vez es más habitual que en el imaginario mediático,          las áreas residenciales suburbanas aparezcan como espacios en los          que se materializan todo tipo de deseos inconscientes prohibidos (incluyendo          el incesto o el asesinato), una "percepción" que contribuyen          a difundir exitosas series de televisión como Mujeres desesperadas,          Murder in Suburbia o Weeds.  
Para explorar cómo la estructura psíquica          inconsciente del capitalismo tardío influye en la configuración          de los entornos urbanos (residenciales y comerciales) contemporáneos,          Juliet Flower cree que es necesario sustituir el enfoque temporal e individual          predominante en la práctica psicoanalítica -centrada, por          lo general, en la búsqueda de un trauma del pasado que determina          negativamente la vida de un sujeto- por una óptica espacial y social.          Una óptica que, según la autora de The Regime of the          Brother, nos permite analizar las razones ocultas de la ambigua relación          del capitalismo con la ciudad (que primero creó, después          abandonó y, finalmente, destruyó) y de su esfuerzo por "encerrar"          la vida urbana en paisajes suburbiales homogéneos salpicados de          grandes superficies comerciales que atesoran (o, más exactamente,          "apresan") las riquezas acumuladas.  
Desde un punto de vista arquitectónico, estas          instalaciones comerciales suelen ser grandes cajas o cubos exentos que          carecen de elementos decorativos y de ventanas y vistas al exterior, como          si fueran prisiones. Normalmente, sólo se puede acceder a ellas          en automóvil y en su interior las mercancías -muchas de          las cuales se venden a precios muy bajos- se disponen de forma que sea          fácil y rápido cogerlas, transportarlas y comprarlas, anteponiendo          siempre la funcionalidad a la vistosidad. La austeridad aparente de estos          nuevos "palacios del consumo" parece confirmar la tesis de Max          Weber de que el capitalismo, debido a su vinculación con la ética          protestante, se caracteriza por promover un cierto ascetismo mundano y          rechazar la ostentación de riquezas.  
Pero al mismo tiempo, como decía Karl Marx, el          poder del capitalismo se ha basado históricamente en su capacidad          de "deslumbrar" por la cantidad de riquezas que consigue acaparar.          En este sentido, Flower recordó las descripciones que hizo Walter          Benjamin de las galerías comerciales cubiertas (los pasajes) que          se construyeron en París en el siglo XIX (que son, de algún          modo, los antecedentes directos de los "grandes almacenes").          Eran espacios coquetos, abiertos y luminosos en los que las mercancías          se presentaban en vitrinas y escaparates lujosamente adornados. Por lo          general, esas mercancías se vendían a precios muy elevados,          pero eso no impedía que estos pasajes estuvieran (casi) siempre          llenos de gente. "Porque a ellos", puntualizó Flower,          "no se iba sólo a comprar, sino a ver y a ser vistos".           
Las grandes superficies comerciales contemporáneas          también suelen estar abarrotadas (especialmente en determinadas          fechas), pero a diferencia de las galerías cubiertas parisinas          ofrecen múltiples productos a precios muy bajos que animan a un          consumo compulsivo que proporciona una gratificación inmediata          pero culpable, pues a menudo no se compra lo que se quiere y/o necesita,          sino lo que está más barato. De este modo, el capitalismo          tardío ofrece una satisfacción sin límites, pero          sólo mientras permaneces dentro de estos edificios que están          construidos de la misma forma y con los mismos materiales que las prisiones.          Una semejanza que, según Juliet Flower, no es casual, sino que          obedece a una razón que podríamos calificar de índole          estratégica: ese cierre sobre sí mismo sirve para ocultar          el hecho de que, como puntos estructurales de sobre-acumulación          de riquezas, bloquean posibles inversiones libidinosas en otros espacios,          esto es, impiden que "el deseo circule libremente por las calles".          En este sentido, Flower considera que el tipo de experiencia placentera          que proporciona el capitalismo a través de estos espacios tiene          un "inconfundible tinte sádico", pues de ella se deduce          que sólo se puede obtener una satisfacción plena en estancias          escondidas (y sometidas a un exceso de iluminación que acaba deslumbrando)          o tras los muros de una prisión (real o figurada).  
En este punto de su intervención, Juliet Flower          planteó algunas cuestiones metodológicas relacionadas con          su propuesta de analizar el inconsciente del capitalismo tardío          desde un enfoque espacial. Hay que tener en cuenta que la práctica          psicoanalítica se suele concebir como una operación temporal          de carácter retrospectivo mediante la cual se intenta detectar          el hecho traumático original (la pérdida del objeto original          de satisfacción) que inaugura la subjetividad y supone, en el mismo          acto, la búsqueda de placer con un objeto imposible. Ese trauma          original está enmascarado por lo que Freud llama la "fantasía"          (que, según Paula Larotonda, se puede definir como una "estrategia          para alcanzar un placer posible con un objeto imposible") que estructura          la aparición periódica de distintos "sucedáneos"          psíquicos del objeto de placer perdido.  
A Freud, sin embargo, no sólo le interesa localizar          el objeto perdido que enmascara la fantasía, sino también          analizar cómo ésta condiciona todas las formas de representación          mental (memoria, proyección imaginaria...). Así, en uno          de sus ejemplos clínicos más conocidos, el llamado caso          del "hombre de los lobos, la incorporación de un enfoque espacial          al análisis fue crucial para propiciar la identificación          del trauma que había originado la grave afección neurótica          del paciente psicoanalizado: Sergei Pankejeff. Éste tenía          una pesadilla recurrente desde la infancia: soñaba que estando          de noche en la cama se abría de repente la ventana de su dormitorio          y veía a varios lobos blancos (con "grandes rabos, como de          zorros" y las "orejas tiesas, como de perros al acecho")          encaramados a un árbol desde el que le miraban fijamente.  
Reorientando la posición que Sergei ocupaba en          esta pesadilla -de la que siempre despertaba entre gritos y sollozos-,          Freud logró inferir la escena biográfica original que ocultaba:          con dos años de edad, Pankejeff había visto a sus padres          realizar un coito por detrás, pudiendo distinguir perfectamente          tanto el pene del padre como los genitales de la madre (que, pese a su          posición pasiva, expresaba satisfacción). De este modo,          Freud llega a la conclusión de que el paciente no es el "observado"          (aquel al que miran los lobos de forma amenazante), sino el "observador"          y que la apertura repentina de la ventana evoca la experiencia traumática          de ese descubrimiento brusco del acto sexual. Este sueño era, por          tanto, una proyección fantasmática que enmascaraba el hecho          traumático que había generado la afección neurótica          de Sergei Pankejeff quien, según Freud, gracias a esta operación          de "deconstrucción espacial" se curó completamente          y pudo reorganizar su vida. 
 
A juicio de la autora de Figuring Lacan, la oposición          que suele realizarse a proyectos arquitectónicos rupturistas y/o          singulares es fruto, entre otras cosas, de una resistencia espacial inconsciente          del capitalismo tardío hacia lo nuevo, hacia aquello que altera          las "zonas de confort fantasmático" (ese cierto          grado de satisfacción al que alude Zizek) que propicia la aceptación          resignada del fin del análisis y/o del fin de la historia. Una          oposición que contrasta con las escasas objeciones que se realizan          (al menos en Estados Unidos) a los proyectos de construcción de          grandes superficies comerciales en forma de cajas huecas (o que, en todo          caso, reproducen de forma kitsch algún estilo arquitectónico          del pasado) y de áreas residenciales suburbanas que ocupan una          enorme cantidad de territorio.  Juliet Flower es consciente de que, a menudo, estos proyectos arquitectónicos singulares son meros ejercicios formalistas (que además el poder político y económico suele utilizar como herramientas de autolegitimación), pero cree que en ciertos casos nos pueden ayudar a indagar en el inconsciente espacial del capitalismo tardío y aportarnos claves para encontrar posibles salidas y alternativas. En este sentido, especialmente interesantes le parecen las propuestas del arquitecto argentino Emilio Ambasz que describe su trabajo como una "búsqueda de futuros alternativos" y que ha llegado a declarar que le gusta imaginar que es "el último hombre de la cultura presente construyendo una casa para el primer hombre de una cultura que aún no ha llegado". En proyectos como el Edificio Acros (que está en la ciudad japonesa de Fukuoka) o la Casa de Retiro Espiritual (ubicada en una finca de Burguillos, un pueblo que se encuentra a unos 25 kilómetros de Sevilla capital), el paisaje se introduce en la arquitectura, posibilitando que la tierra que se cubre y ocupa no desaparezca, sino que se ensamble con lo construido. "Los objetos arquitectónicos de Ambasz", concluyó Juliet Flower, "materializan un espacio que (con)funde nuestras fantasías naturales y culturales, produciendo algo más, algo distinto". No hay que olvidar, añadió, "que, según Lacan, el deseo de algo más (de algo distinto) es la forma más elemental de deseo". 
 
 
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 En su libro El futuro de una ilusión,            Sigmund Freud asegura que el origen de la civilización está            en el momento en el que el ser humano comienza a extraer riqueza de            la naturaleza a través de un trabajo colaborativo por el que            los individuos reprimen la satisfacción de ciertos deseos instintivos            para posibilitar la supervivencia del grupo al que pertenecen. Según            Freud, esos deseos instintivos sacrificados no desaparecen sino que            se refugian en el inconsciente, dando lugar a lo que la teoría            psicoanalítica ha denominado la "fantasía fundamental"            del individuo. A día de hoy, la mayor parte de los teóricos            del capitalismo consideran que ese sacrificio individual ya no es necesario            para la supervivencia del grupo, pues vivimos en una economía            de post-escasez en la que hay suficiente riqueza acumulada para saciar            todos nuestros deseos.
En su libro El futuro de una ilusión,            Sigmund Freud asegura que el origen de la civilización está            en el momento en el que el ser humano comienza a extraer riqueza de            la naturaleza a través de un trabajo colaborativo por el que            los individuos reprimen la satisfacción de ciertos deseos instintivos            para posibilitar la supervivencia del grupo al que pertenecen. Según            Freud, esos deseos instintivos sacrificados no desaparecen sino que            se refugian en el inconsciente, dando lugar a lo que la teoría            psicoanalítica ha denominado la "fantasía fundamental"            del individuo. A día de hoy, la mayor parte de los teóricos            del capitalismo consideran que ese sacrificio individual ya no es necesario            para la supervivencia del grupo, pues vivimos en una economía            de post-escasez en la que hay suficiente riqueza acumulada para saciar            todos nuestros deseos. 
 Pero son muchos los psicoanalistas que han negado la          capacidad de este enfoque espacial para propiciar una curación          eficiente y duradera. Por ejemplo, el esloveno Slavoj Zizek que sugiere          que el "fin del análisis" es el "misericordioso          fin del tiempo del dolor humano, con sus falsos anhelos y sus ilusiones          fantasmáticas", la confrontación directa con nuestra          pulsión de muerte por la que descubrimos que la fantasía          nos hace "girar sin fin alrededor del agujero vacío"          provocado por la pérdida del objeto original de placer. No obstante,          Zizek considera que en vez de cultivar una vana y utópica esperanza          en un futuro emancipador, es más aconsejable aceptar ese giro circular          en el que nos atrapa la fantasía, ya que en esta "repetición          sin fin de un mismo gesto fallido" se puede encontrar un cierto grado          de satisfacción. En opinión de Juliet Flower, esta concepción          psicoanalítica -que podríamos calificar de conformista o          conservadora (pues supone aceptar una satisfacción restringida          para "liberarnos" de la ansiedad de tener que seguir buscando          "algo más" en otros espacios)- conecta con la tesis del          fin de la historia postulada por Fukuyama y otros apologistas del capitalismo          tardío. "En ambos casos", subrayó, "el correlato          espacial es el mismo: un contenedor que encierra un goce de modo que impide          buscarlo fuera".
Pero son muchos los psicoanalistas que han negado la          capacidad de este enfoque espacial para propiciar una curación          eficiente y duradera. Por ejemplo, el esloveno Slavoj Zizek que sugiere          que el "fin del análisis" es el "misericordioso          fin del tiempo del dolor humano, con sus falsos anhelos y sus ilusiones          fantasmáticas", la confrontación directa con nuestra          pulsión de muerte por la que descubrimos que la fantasía          nos hace "girar sin fin alrededor del agujero vacío"          provocado por la pérdida del objeto original de placer. No obstante,          Zizek considera que en vez de cultivar una vana y utópica esperanza          en un futuro emancipador, es más aconsejable aceptar ese giro circular          en el que nos atrapa la fantasía, ya que en esta "repetición          sin fin de un mismo gesto fallido" se puede encontrar un cierto grado          de satisfacción. En opinión de Juliet Flower, esta concepción          psicoanalítica -que podríamos calificar de conformista o          conservadora (pues supone aceptar una satisfacción restringida          para "liberarnos" de la ansiedad de tener que seguir buscando          "algo más" en otros espacios)- conecta con la tesis del          fin de la historia postulada por Fukuyama y otros apologistas del capitalismo          tardío. "En ambos casos", subrayó, "el correlato          espacial es el mismo: un contenedor que encierra un goce de modo que impide          buscarlo fuera". 

