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Conferencia de Juliet Flower: El inconsciente espacial del capitalismo

Juliet FlowerEn su libro El futuro de una ilusión, Sigmund Freud asegura que el origen de la civilización está en el momento en el que el ser humano comienza a extraer riqueza de la naturaleza a través de un trabajo colaborativo por el que los individuos reprimen la satisfacción de ciertos deseos instintivos para posibilitar la supervivencia del grupo al que pertenecen. Según Freud, esos deseos instintivos sacrificados no desaparecen sino que se refugian en el inconsciente, dando lugar a lo que la teoría psicoanalítica ha denominado la "fantasía fundamental" del individuo. A día de hoy, la mayor parte de los teóricos del capitalismo consideran que ese sacrificio individual ya no es necesario para la supervivencia del grupo, pues vivimos en una economía de post-escasez en la que hay suficiente riqueza acumulada para saciar todos nuestros deseos.

Una tesis que conecta con la idea planteada en 1989 por Francis Fukuyama de que se había llegado al "fin de la historia" (concebida como lucha de ideologías) ya que, tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento del bloque soviético, la democracia liberal se impondría a nivel global como única opción política viable y los ciudadanos podrían satisfacer todas sus necesidades y aspiraciones a través de la actividad económica.

En el inicio de su intervención en las jornadas Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio... y del arte), Juliet Flower recordó que, frente a la radicalidad y autocomplacencia de este capitalismo tardío, en la primera mitad del siglo XX se gestó un capitalismo mucho más moderado que incluso llegó a desarrollar importantes políticas sociales, algo que propició que ciertas ciudades, sobre todo estadounidenses, experimentaran un proceso real de democratización y emancipación. En ellas, afirmaba en 1949 Charles Abrams (intelectual progresista que fue responsable de planificación urbana en la ciudad de Nueva York), era posible que personas de diferentes creencias religiosas, clases sociales e ideologías políticas compartieran los mismos espacios (salas de cine, teatros, cafeterías, parques...) y se mezclaran unas con otras. Por ejemplo, en Chicago (ciudad en la que nació Juliet Flower), muchas de las decisiones legislativas e intervenciones urbanísticas que se realizaron durante aquellos años intentaron promover la diversidad (social, religiosa, ideológica...), garantizar el acceso libre e igualitario a la cultura o proteger el carácter público de ciertos espacios de su territorio. "Yo amaba esta ciudad democrática de forma apasionada", subrayó Juliet Flower, "porque abría el mundo entero a mi curiosidad. La ciudad era para mí el espacio en el que podía pensar libremente y, bajo mi punto de vista, pensar libremente quizás sea el derecho humano más importante".

Sin embargo, ya en los años treinta surgieron detractores de este modelo de ciudad abierta y plural, como el poeta, dramaturgo y crítico anglo-estadounidense T. S. Eliot que en una conferencia que impartió en 1932 aseguró que la heterogeneidad cultural y religiosa que fomentaba era una fuente inagotable de conflictos y tensiones. En la misma línea se pronunció la XIX Conferencia Internacional de la Vivienda que se celebró en Zurich en 1948 que planteó que para hacer la vida urbana más confortable y segura, había que crear pequeñas "ciudades-jardín" fuera de los cascos históricos de las viejas ciudades que acogieran a una población homogénea (desde un punto de vista racial, étnico, religioso y socioeconómico).

Se puso así en marcha un modelo de organización urbana y territorial basado en la creación de extensas áreas residenciales suburbanas y en la conversión de los cascos históricos en centros financieros y turísticos. Este modelo se desarrolló de forma especialmente intensa en Estados Unidos, entre otras cosas porque con la neurosis colectiva que generó la guerra fría, se pensaba que las ciudades, al ser los puntos más visibles y prominentes de la acumulación de riquezas, constituían un "blanco" perfecto para lanzar una bomba nuclear.

Pero, la expansión de este urbanismo difuso y horizontal que conlleva el abandono progresivo del centro de la ciudad, ¿es un simple accidente de la historia? Juliet Flower, profesora emérita de Literatura Comparada de la Universidad de California (Irvine) y autora de libros como Figuring Lacan o The Hysteric's Guide to the Future Female Subject, cree que no. A su juicio, la dialéctica de amor-odio a la ciudad que muestra el capitalismo se puede entender como un lapsus en el sentido freudiano, es decir, como la expresión de algo latente o escondido, como una manifestación de su inconsciente. A su vez, Flower considera que podemos "leer" su expresión urbana más característica -el suburbio- como una encarnación extrema del "principio de placer"1. De hecho, cada vez es más habitual que en el imaginario mediático, las áreas residenciales suburbanas aparezcan como espacios en los que se materializan todo tipo de deseos inconscientes prohibidos (incluyendo el incesto o el asesinato), una "percepción" que contribuyen a difundir exitosas series de televisión como Mujeres desesperadas, Murder in Suburbia o Weeds.

Para explorar cómo la estructura psíquica inconsciente del capitalismo tardío influye en la configuración de los entornos urbanos (residenciales y comerciales) contemporáneos, Juliet Flower cree que es necesario sustituir el enfoque temporal e individual predominante en la práctica psicoanalítica -centrada, por lo general, en la búsqueda de un trauma del pasado que determina negativamente la vida de un sujeto- por una óptica espacial y social. Una óptica que, según la autora de The Regime of the Brother, nos permite analizar las razones ocultas de la ambigua relación del capitalismo con la ciudad (que primero creó, después abandonó y, finalmente, destruyó) y de su esfuerzo por "encerrar" la vida urbana en paisajes suburbiales homogéneos salpicados de grandes superficies comerciales que atesoran (o, más exactamente, "apresan") las riquezas acumuladas.

Desde un punto de vista arquitectónico, estas instalaciones comerciales suelen ser grandes cajas o cubos exentos que carecen de elementos decorativos y de ventanas y vistas al exterior, como si fueran prisiones. Normalmente, sólo se puede acceder a ellas en automóvil y en su interior las mercancías -muchas de las cuales se venden a precios muy bajos- se disponen de forma que sea fácil y rápido cogerlas, transportarlas y comprarlas, anteponiendo siempre la funcionalidad a la vistosidad. La austeridad aparente de estos nuevos "palacios del consumo" parece confirmar la tesis de Max Weber de que el capitalismo, debido a su vinculación con la ética protestante, se caracteriza por promover un cierto ascetismo mundano y rechazar la ostentación de riquezas.

Pero al mismo tiempo, como decía Karl Marx, el poder del capitalismo se ha basado históricamente en su capacidad de "deslumbrar" por la cantidad de riquezas que consigue acaparar. En este sentido, Flower recordó las descripciones que hizo Walter Benjamin de las galerías comerciales cubiertas (los pasajes) que se construyeron en París en el siglo XIX (que son, de algún modo, los antecedentes directos de los "grandes almacenes"). Eran espacios coquetos, abiertos y luminosos en los que las mercancías se presentaban en vitrinas y escaparates lujosamente adornados. Por lo general, esas mercancías se vendían a precios muy elevados, pero eso no impedía que estos pasajes estuvieran (casi) siempre llenos de gente. "Porque a ellos", puntualizó Flower, "no se iba sólo a comprar, sino a ver y a ser vistos".

Las grandes superficies comerciales contemporáneas también suelen estar abarrotadas (especialmente en determinadas fechas), pero a diferencia de las galerías cubiertas parisinas ofrecen múltiples productos a precios muy bajos que animan a un consumo compulsivo que proporciona una gratificación inmediata pero culpable, pues a menudo no se compra lo que se quiere y/o necesita, sino lo que está más barato. De este modo, el capitalismo tardío ofrece una satisfacción sin límites, pero sólo mientras permaneces dentro de estos edificios que están construidos de la misma forma y con los mismos materiales que las prisiones. Una semejanza que, según Juliet Flower, no es casual, sino que obedece a una razón que podríamos calificar de índole estratégica: ese cierre sobre sí mismo sirve para ocultar el hecho de que, como puntos estructurales de sobre-acumulación de riquezas, bloquean posibles inversiones libidinosas en otros espacios, esto es, impiden que "el deseo circule libremente por las calles". En este sentido, Flower considera que el tipo de experiencia placentera que proporciona el capitalismo a través de estos espacios tiene un "inconfundible tinte sádico", pues de ella se deduce que sólo se puede obtener una satisfacción plena en estancias escondidas (y sometidas a un exceso de iluminación que acaba deslumbrando) o tras los muros de una prisión (real o figurada).

En este punto de su intervención, Juliet Flower planteó algunas cuestiones metodológicas relacionadas con su propuesta de analizar el inconsciente del capitalismo tardío desde un enfoque espacial. Hay que tener en cuenta que la práctica psicoanalítica se suele concebir como una operación temporal de carácter retrospectivo mediante la cual se intenta detectar el hecho traumático original (la pérdida del objeto original de satisfacción) que inaugura la subjetividad y supone, en el mismo acto, la búsqueda de placer con un objeto imposible. Ese trauma original está enmascarado por lo que Freud llama la "fantasía" (que, según Paula Larotonda, se puede definir como una "estrategia para alcanzar un placer posible con un objeto imposible") que estructura la aparición periódica de distintos "sucedáneos" psíquicos del objeto de placer perdido.

A Freud, sin embargo, no sólo le interesa localizar el objeto perdido que enmascara la fantasía, sino también analizar cómo ésta condiciona todas las formas de representación mental (memoria, proyección imaginaria...). Así, en uno de sus ejemplos clínicos más conocidos, el llamado caso del "hombre de los lobos, la incorporación de un enfoque espacial al análisis fue crucial para propiciar la identificación del trauma que había originado la grave afección neurótica del paciente psicoanalizado: Sergei Pankejeff. Éste tenía una pesadilla recurrente desde la infancia: soñaba que estando de noche en la cama se abría de repente la ventana de su dormitorio y veía a varios lobos blancos (con "grandes rabos, como de zorros" y las "orejas tiesas, como de perros al acecho") encaramados a un árbol desde el que le miraban fijamente.

Reorientando la posición que Sergei ocupaba en esta pesadilla -de la que siempre despertaba entre gritos y sollozos-, Freud logró inferir la escena biográfica original que ocultaba: con dos años de edad, Pankejeff había visto a sus padres realizar un coito por detrás, pudiendo distinguir perfectamente tanto el pene del padre como los genitales de la madre (que, pese a su posición pasiva, expresaba satisfacción). De este modo, Freud llega a la conclusión de que el paciente no es el "observado" (aquel al que miran los lobos de forma amenazante), sino el "observador" y que la apertura repentina de la ventana evoca la experiencia traumática de ese descubrimiento brusco del acto sexual. Este sueño era, por tanto, una proyección fantasmática que enmascaraba el hecho traumático que había generado la afección neurótica de Sergei Pankejeff quien, según Freud, gracias a esta operación de "deconstrucción espacial" se curó completamente y pudo reorganizar su vida.

Imagen de las jornadas "Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio... y del arte)"Pero son muchos los psicoanalistas que han negado la capacidad de este enfoque espacial para propiciar una curación eficiente y duradera. Por ejemplo, el esloveno Slavoj Zizek que sugiere que el "fin del análisis" es el "misericordioso fin del tiempo del dolor humano, con sus falsos anhelos y sus ilusiones fantasmáticas", la confrontación directa con nuestra pulsión de muerte por la que descubrimos que la fantasía nos hace "girar sin fin alrededor del agujero vacío" provocado por la pérdida del objeto original de placer. No obstante, Zizek considera que en vez de cultivar una vana y utópica esperanza en un futuro emancipador, es más aconsejable aceptar ese giro circular en el que nos atrapa la fantasía, ya que en esta "repetición sin fin de un mismo gesto fallido" se puede encontrar un cierto grado de satisfacción. En opinión de Juliet Flower, esta concepción psicoanalítica -que podríamos calificar de conformista o conservadora (pues supone aceptar una satisfacción restringida para "liberarnos" de la ansiedad de tener que seguir buscando "algo más" en otros espacios)- conecta con la tesis del fin de la historia postulada por Fukuyama y otros apologistas del capitalismo tardío. "En ambos casos", subrayó, "el correlato espacial es el mismo: un contenedor que encierra un goce de modo que impide buscarlo fuera".

A juicio de la autora de Figuring Lacan, la oposición que suele realizarse a proyectos arquitectónicos rupturistas y/o singulares es fruto, entre otras cosas, de una resistencia espacial inconsciente del capitalismo tardío hacia lo nuevo, hacia aquello que altera las "zonas de confort fantasmático" (ese cierto grado de satisfacción al que alude Zizek) que propicia la aceptación resignada del fin del análisis y/o del fin de la historia. Una oposición que contrasta con las escasas objeciones que se realizan (al menos en Estados Unidos) a los proyectos de construcción de grandes superficies comerciales en forma de cajas huecas (o que, en todo caso, reproducen de forma kitsch algún estilo arquitectónico del pasado) y de áreas residenciales suburbanas que ocupan una enorme cantidad de territorio.

Juliet Flower es consciente de que, a menudo, estos proyectos arquitectónicos singulares son meros ejercicios formalistas (que además el poder político y económico suele utilizar como herramientas de autolegitimación), pero cree que en ciertos casos nos pueden ayudar a indagar en el inconsciente espacial del capitalismo tardío y aportarnos claves para encontrar posibles salidas y alternativas. En este sentido, especialmente interesantes le parecen las propuestas del arquitecto argentino Emilio Ambasz que describe su trabajo como una "búsqueda de futuros alternativos" y que ha llegado a declarar que le gusta imaginar que es "el último hombre de la cultura presente construyendo una casa para el primer hombre de una cultura que aún no ha llegado". En proyectos como el Edificio Acros (que está en la ciudad japonesa de Fukuoka) o la Casa de Retiro Espiritual (ubicada en una finca de Burguillos, un pueblo que se encuentra a unos 25 kilómetros de Sevilla capital), el paisaje se introduce en la arquitectura, posibilitando que la tierra que se cubre y ocupa no desaparezca, sino que se ensamble con lo construido. "Los objetos arquitectónicos de Ambasz", concluyó Juliet Flower, "materializan un espacio que (con)funde nuestras fantasías naturales y culturales, produciendo algo más, algo distinto". No hay que olvidar, añadió, "que, según Lacan, el deseo de algo más (de algo distinto) es la forma más elemental de deseo".

 

 


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1.- Según Freud, el "principio de placer" es el principio que mueve al Ello -la instancia o estructura del aparato psíquico más antigua; la única que, por ejemplo, tiene un bebé- a satisfacer sus pulsiones, instintos y deseos. Apetitos que crean en el sujeto un estado de tensión (de excitación). El placer sería, por tanto, la vivencia que acompaña a la reducción de esa tensión, posibilitando que el sujeto vuelva a la situación de equilibrio anterior a la aparición de dichos apetitos. A juicio de Freud, para el desarrollo de una mente no neurótica este principio debe ser controlado por el "principio de realidad" (que subordina el placer al deber).