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Conferencia de Pilar Vega: Tiempo y movilidad en el territorio suburbial |
En las "urbanizadas" sociedades contemporáneas el tiempo es un bien escaso que tiene un precio cada vez más elevado. La organización de las actividades productivas, del territorio y del transporte se articula en torno a dos factores -la velocidad y la aceleración- que, en principio, propician un "ahorro de tiempo". "Sin embargo", aseguró Pilar Vega en el inicio de su intervención en las jornadas Sobre capital y territorio (de la naturaleza del espacio... y del arte), "la energía necesaria para obtener esa velocidad que acorta los espacios y los tiempos genera insostenibilidad ambiental y desigualdad social". En la Edad Media era el tiempo astronómico y meteorológico (y no el cronológico) el que regía los ritmos de los ciudadanos y la vida diaria estaba salpicada de numerosas e irregulares pausas. "Fue el protestantismo", recordó Pilar Vega, cofundadora del Grupo de Estudios y Alternativas Gea21 y del Colectivo de Mujeres Urbanistas, "el que llevó el reloj a la vida cotidiana, dando luz a la noción moderna de trabajador". Con la industrialización comienza a gestarse un nuevo modelo territorial que tiene como principal objetivo conseguir una mayor eficacia en la organización de las actividades sociales y laborales. Este modelo está profundamente vinculado a un cambio en las formas de producción y a una cultura que venera la velocidad y la aceleración. Ya en el primer tercio del siglo XX, se celebran diversos foros académicos y profesionales (como los congresos internacionales de arquitectura moderna) en los que se define un corpus teórico en torno a este nuevo modo de organizar el territorio. En 1933 se redacta la Carta de Atenas que apuesta de forma explícita por una estricta zonificación funcional del espacio urbano, separando las áreas residenciales de las comerciales y productivas. Según Pilar Vega, la asunción generalizada de este paradigma urbanístico ha contribuido a destruir el rico patrimonio arquitectónico y cultural de numerosas ciudades de todo el planeta, especialmente de la cuenca mediterránea. La gestación de este modelo de organización territorial es fruto de un intenso desarrollo de los medios de transporte que propició que cambiara de forma radical la percepción del tiempo y del espacio. Con el paso de los años, el cerebro humano se fue acostumbrando a la visión difuminada del paisaje que se tiene a través de la ventanilla de un tren o de un automóvil en marcha y, a día de hoy, la velocidad se ha convertido en algo rutinario. También la creación de grandes infraestructuras territoriales para suministrar gas y electricidad (que permitieron la iluminación nocturna de las ciudades y ampliar el ritmo y el horario de las actividades productivas) y la invención de medios comunicativos cada vez más sofisticados (teléfono, radio, televisión) jugaron un papel esencial en la configuración de este nuevo modo de organizar la vida urbana. Todos estos cambios fueron generando un proceso de desterritorialización de la experiencia cotidiana que se ha intensificado con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información. "En el ciberespacio", señaló Pilar Vega, "la profundidad del tiempo real se impone sobre la profundidad del espacio real de los territorios, priorizándose la instantaneidad de la comunicación virtual sobre el encuentro físico, lo que hace que se pierda interés por nuestros semejantes más cercanos en beneficio de seres desconocidos que se encuentran en lugares distantes pero con los que se puede establecer comunicación en tiempo real". En cualquier caso, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información no ha posibilitado que se reduzca el tiempo global dedicado a los desplazamientos, entre otras cosas porque ha coincidido con una creciente deslocalización de los espacios productivos que se están trasladando a lugares muy alejados de zonas residenciales y a los que casi sólo se puede acceder en vehículo privado. De hecho, el teletrabajo -que hace varios años se presentaba como una modalidad laboral que terminaría imponiéndose- no ha llegado a consolidarse y, a día de hoy, es una opción restringida a sectores muy específicos de la población (que a menudo desempeñan este "trabajo a distancia" en condiciones de enorme precariedad). En este modelo de ordenación territorial -que separa las áreas residenciales de las comerciales y productivas y potencia la expansión de un urbanismo disperso y horizontal- se destinan grandes inversiones públicas a la creación y conservación de infraestructuras viarias que posibiliten que los ciudadanos recorran largas distancias de forma cotidiana. Esto ha provocado un incremento exponencial del parque automovilístico y de los desplazamientos en vehículos privados, algo que, además de generar un fuerte impacto ambiental, territorial y social (contaminación, consumo de energías no renovables, destrucción de entornos paisajísticos, aumento de las lesiones y muertes por accidentes de tráficos...), está hipotecando nuestra calidad de vida y nuestro tiempo. No hay que olvidar que en los últimos años, ha aumentado de forma notable la proporción de tiempo que los individuos dedican a sus desplazamientos recurrentes, así como el porcentaje del presupuesto familiar destinado a cubrir las necesidades cotidianas de movilidad (que en muchos casos supera el gasto en salud y educación). Este incremento del "tiempo de transporte" afecta especialmente a aquellos que viven en zonas residenciales suburbanas que deben utilizar el coche para llevar a cabo numerosas actividades domésticas y de ocio. Esto está produciendo un cambio sustancial de la forma en que tradicionalmente se ha organizado la alimentación, el cuidado de la casa o la compra. "Antes", recordó Pilar Vega, "se adquirían productos diariamente y la cercanía de las tiendas de barrio permitía una mayor flexibilidad y adaptación a las necesidades reales de consumo del hogar; ahora la compra es una actividad planificada que se lleva a cabo normalmente en grandes centros comerciales y obliga a emplear un tiempo segregado". Pero a lo que estas personas que viven en áreas residenciales suburbanas tienen que destinar más "tiempo personal" es a los desplazamientos que realizan por motivos de trabajo o estudio. Hay que tener en cuenta que el tiempo de transporte no suele considerarse como tiempo de trabajo y los retrasos causados por atascos y otros imprevistos circulatorios deben recuperarlo de su tiempo de descanso (muy a menudo, de sus horas de sueño). En este punto de su intervención, Pilar Vega señaló que un estudio que ha realizado recientemente sobre los desplazamientos que lleva a cabo una familia de cinco miembros que reside en una urbanización situada a 50 kilómetros de Madrid refleja que este modelo territorial está potenciando un estilo de vida inseguro (pues multiplica el riesgo de accidente de tráfico), perjudicial para el medio ambiente y poco propicio para el desarrollo personal (ya que obliga a renunciar a mucho tiempo libre). Algunos datos de este estudio son bastante reveladores: los integrantes de esta familia recorren unos 2.240 kilómetros semanales y "gastan" al año aproximadamente 11.760 horas en sus desplazamientos cotidianos. Además de su indudable insostenibilidad ambiental, este modelo territorial, productivo y cultural basado en la velocidad genera una fuerte desigualdad social, pues salvar grandes distancias en cortos periodos de tiempo (o tener acceso a los dispositivos tecnológicos que te permiten "estar siempre a la última"), sólo está al alcance de personas con alto poder adquisitivo. "Los medios de transporte más veloces son siempre los más caros", advirtió Pilar Vega que recordó que en una sociedad en la que la movilidad depende cada vez más del automóvil hay amplios sectores de la población que quedan en clara desventaja: las mujeres (en España más del 60% de los conductores son hombres), los emigrantes, los niños y ancianos, los discapacitados... Los ciudadanos que deciden vivir en estas áreas residenciales suburbiales lo hacen porque quieren disfrutar de más tiempo libre en un entorno de alta calidad ambiental, pero al final suelen quedar atrapados en una inercia productivista y consumista que, por un lado, elimina el esparcimiento de la vida diaria y, por otro lado, convierte el ocio en una actividad programada y estresante. "El tiempo de ocio", explicó Pilar Vega", "se planea de forma tan ajustada como el tiempo de trabajo, nada se hace por mera afición o simple relajación: ir a la montaña, practicar yoga, llevar a los hijos al parque de atracciones o al centro comercial deben ser acciones provechosas (entre otras cosas porque suponen un desembolso importante de dinero)". En un mundo en el que el culto a la velocidad y la aceleración afecta a todas las esferas de la vida de las personas, a juicio de Pilar Vega es necesario crear "un espacio para la lentitud". Con este propósito surgió a mediados de los años ochenta el "Movimiento Slow" que propone aparcar las prisas y trabajar para vivir (en vez de vivir para trabajar), reivindicando el derecho de los ciudadanos a comer lento "comida lenta", pasear sin rumbo, realizar de forma relajada las tareas laborales o, simplemente, perder el tiempo. "Asumiendo que no es la solución definitiva a los problemas actuales vinculados a la gestión del tiempo", concluyó, "esta reivindicación de la lentitud puede servir, al menos, para reconquistar (y reinventar) espacios de reflexión y tranquilidad ausentes en la sociedad suburbial contemporánea". |