Desde una concepción de la esfera pública            como la "fábrica" que produce lo político, Desacuerdos            se sustenta en tres pilares fundamentales: un proceso de investigación            -cuyos resultados pueden verse en la página www.desacuerdos.org            y en los cuadernos Desacuerdos-; una serie de exposiciones            en las que se concede un papel relevante a las nociones de archivo y            documento (como elementos alternativos y complementarios a las obras            de arte tradicionales), así como al trabajo de grupos, colectivos            y asociaciones;            y un conjunto de debates públicos, encuentros y seminarios en            los que participan protagonistas, estudiosos y colectivos que han desarrollado            o desarrollan prácticas artísticas y sociales en el Estado            español. En este último apartado se enmarca el seminario            Medios de Masas, multitud y prácticas antagonistas que            se celebró en el Palacio de los Condes de Gabia de Granada entre            el 19 y el 22 de abril de 2005. 
 
 
Coincidiendo            con el auge de la cultura pop (uno de los instrumentos más efectivos            para la expansión del capitalismo a nivel global), a finales            de los años sesenta y principios de los setenta, los medios de            masas y las manifestaciones expresivas populares -cine, televisión,            música, cómic, imaginería propagandística...-            se situaron en el centro de las luchas contra el franquismo, hasta el            punto de convertirse en poderosos objetos de tensión antagonista            y de conflicto político. Pero ya durante los primeros años            de la transición, el poder político y económico            supo instrumentalizar ese legado popular, desactivando su potencial            transformador y propiciando una creciente banalización de la            esfera pública. En cualquier caso, en el seno de estos movimientos            populares, persistieron ciertos signos de resistencia cuyo análisis            puede ser muy útil para profundizar en la reconstrucción            de una cultura crítica en el presente, un momento en el que la            lógica consumista trata de apropiarse del saber general y común            de la multitud (general intellect). 
 
          
En este seminario de Desacuerdos se han analizado algunas de estas experiencias            antagonistas. Desde las películas militantes y los proyectos            audiovisuales contrainformativos que desarrollaron grupos de cineastas            independientes como el Colectivo de Cine de Madrid, el Equipo Imaxe            de La Coruña o la Central del Curt de Barcelona, hasta los circuitos            musicales undergrounds que emergieron en distintos puntos de            la geografía nacional a finales de los setenta (entre ellos,            Granada), pasando por los tebeos y cómics de contenido social            y político (aunque preocupados también por la renovación            formal del género) que proliferaron en aquella época o            los carteles, folletos y pintadas que inundaron las calles de las ciudades            españolas (supliendo la escasez de recursos técnicos con            mensajes contundentes e ingeniosos recursos expresivos). Sin olvidar            la breve pero intensa e influyente trayectoria de dos programas televisivos            -La edad de oro y La bola de cristal- que con su vocación            alfabetizadora y su espíritu trasgresor buscaban una verdadera            democratización y modernización de la sociedad. 
 
 Entre 1967 y 1981 hubo en España un extenso y activo movimiento            cinematográfico que se opuso a las estructuras administrativas            de la dictadura franquista (que se conservaron, con leves cambios, durante            los primeros años de la transición). Este movimiento dio            lugar a un corpus fílmico bastante "frondoso", con            más de cien títulos realizados por decenas de cineastas            que, en muchos casos, trabajaban bajo la forma de colectivos, ya fuera            proclamando de manera pública y notoria sus identidades individuales            o manteniéndolas -por necesidad y/o por convicción ideológica-            en el anonimato. 
 
 
 Durante la mesa redonda que siguió a la intervención            de Julio Pérez Perucha, Francisco Javier Gómez Tarín,            miembro fundador de los colectivos ACIC y Yaiza Borges, explicó            que la Asamblea de Cineastas Independientes Canarios (ACIC) fue un "grupo            de grupos" en el que había una especie de vanguardia política            que, de alguna forma, decidía el tipo de trabajo que había            que hacer. "Se respetaban las inquietudes individuales, recordó            Gómez Tarín, pero todos nos sentíamos comprometidos            con la necesidad urgente de propiciar la demolición definitiva            del régimen franquista, lo que hacía que aceptáramos            que el material que se rodara tuviera fundamentalmente una función            instrumental". Esto generaba intensas discusiones en el seno del            grupo, pues muchos de sus integrantes (entre ellos, Gómez Tarín)            pensaban que también había que apostar por una renovación            estética y narrativa, evitando reproducir las estructuras de            producción y las fórmulas discursivas del cine comercial.   
 
 
 A finales de los años sesenta y principios de          los setenta se produjo una profunda renovación, tanto a nivel formal          como de contenidos, en el cómic español, emergiendo una          escena contracultural en la que se mezclaban creadores profesionales y          amateurs con una primera generación de estudiosos y críticos          y la existencia de un público muy receptivo que excedía,          con creces, los restringidos y elitistas círculos de aficionados          y especialistas actuales. En esa escena se crearon plataformas de resistencia          civil, de desacuerdos con los canales y lenguajes establecidos, cuya influencia          se ha obviado, o en todo caso minimizado, a la hora de construir el discurso          historiográfico oficial sobre el cómic español. 
 
 
 En la mesa redonda que siguió a la intervención          de Antonio Martín, Rubén Garrido, miembro del colectivo          granadino "Un equipo andaluz de tebeos" cuestionó la          idea de que las prácticas antagonistas que se analizan en el marco          de Desacuerdos -cómics undergorunds, películas          militantes, fanzines...- representaran la "cultura viva"          de la España de la transición. "Eran, señaló,          manifestaciones muy minoritarias y marginales, y yo creo que la auténtica          cultura viva de un país es la que ve la mayor parte de los ciudadanos,          no cuatro gatos mal contados". Según Garrido esas propuestas          tienen un interés sociológico y nos sirven para comprender          mejor nuestra historia reciente, pero salvo excepciones, como los trabajos          del colectivo El Cubri o de Mariscal, a día de hoy, han perdido          todo su valor. "Funcionaban como un arma política, explicó,          pero en la mayor parte de los casos no aportaron nada desde un punto de          vista narrativo o plástico". 
 
 
 Con mensajes que llamaban a la lucha callejera o a la          organización partidista y sindical, la propaganda política          de oposición o ilegal fue uno de los principales medios que utilizó          el movimiento antifranquista para expresar sus deseos y reivindicaciones.          "Representaba, señaló Antonio Orihuela en el inicio          de su intervención en el seminario Medios de masas, multitud          y prácticas antagonistas, la irrupción en la esfera          social de lo reprimido, el descubrimiento para la gente común de          una parcela del espectáculo que hasta entonces se le había          sustraído". Su objetivo era complementar el resto de las acciones          que se emprendieron en aquellos años para derribar las estructuras          del régimen franquista. De este modo, la propaganda de agitación          constituía un documento público -ofensivo y defensivo- del          descontento que sentían amplias capas de la población ante          la gestión del gobierno, recogiendo sus miedos e ideales, sus agravios          y aspiraciones, su deseo de que se produjera un cambio radical en la sociedad.   
 
       
 
 Carlos Enríquez del Árbol estructuró          su intervención en la mesa redonda de la tercera jornada del seminario          Medios de masas, multitud y prácticas antagonistas en torno          a dos ideas fundamentales: la cultura como lugar de conflicto y el problema          de la hegemonía cultural. "Bajo mi punto de vista, señaló,          sin hegemonía cultural no es posible ni la hegemonía social,          ni la hegemonía política". A su juicio, no entender          eso fue uno de los motivos fundamentales de la derrota que sufrió          la izquierda antifranquista en su lucha contra el capitalismo durante          los primeros años de la transición. Una época en          la que grupos de extrema derecha atacaron numerosas librerías,          salas de exposiciones y espacios culturales que asociaban con los movimientos          de izquierda. Incluso en septiembre de 1977 llegaron a colocar una bomba          en la sede de la revista El Papus (matando al portero del edificio,          además de causar cuantiosos daños materiales). 
 
 
 Entre 1984 y 1988, Televisión Española          emitió durante la mañana de los sábados La bola de          cristal, un programa destinado al público infantil y juvenil (aunque          fue seguido por numerosos adultos) cuyo principal objetivo era "enseñar          a desaprender, a tener una actitud crítica y comprometida ante          las cosas". Lolo Rico, directora de La bola de cristal y autora          de libros como Televisión fábrica de mentiras o Carta          de una madre de izquierda a una hija de derechas, no pudo asistir          personalmente al seminario Medio de masas, multitud y prácticas          antagonistas, pero envió un vídeo en el que hace un          balance retrospectivo sobre este programa que, a pesar de su éxito          (o precisamente por eso), nunca ha sido repuesto. 
 
 
 La historia la escriben los vencedores quienes al omitir          una serie de hechos los relegan al olvido. Eso ha ocurrido con la transición          española de la que se ha construido un relato historiográfico          basado en unos pocos acontecimientos, obviando (o, en el mejor de los          casos, minimizando) fenómenos marginales y periféricos.          Con el tiempo, el espíritu vitalista y transgresor de la transición          se ha convertido en un mero reclamo publicitario para nostálgicos,          proliferando las iniciativas oportunistas que hacen negocio del revival          de las canciones de la época. 
 
  
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