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Route 181: la recuperación de la memoria histórica en el conflicto palestino-israelí, Eyal Sivan

Eyal SivanCon la convicción de que cualquier solución real y duradera del conflicto palestino-israelí requiere poner en marcha un proceso de revisión de la memoria histórica que ha impuesto el discurso sionista, Eyal Sivan (Haifa, Israel, 1964) y Michel Khleifi (Nazaret-Galilea, Palestina, 1950) realizaron la película Route 181, fragments d'un voyage en Palestine-Israël. "Route 181, explicó Eyal Sivan durante su intervención en la primera jornada del seminario Representaciones árabes contemporáneas. Discursos críticos y pensamiento político, es un trabajo de arqueología política que intenta plantear un relato coral que desenmascare la instrumentalización y tergiversación de la memoria histórica que ha llevado a cabo el poder sionista (y que ha logrado infiltrarse en el imaginario de los israelíes)". Al mismo tiempo, el objetivo del filme es contribuir a recuperar y a re-escribir la historia del conflicto desde un enfoque plural y complejo que tenga en cuenta tanto la visión de los judíos -árabes y occidentales- como la de los palestinos.

A juicio de Eyal Sivan, sólo desmontando la memoria oficial y analizando detalladamente la génesis de este conflicto (la proclamación en 1948, con el amparo de la ONU, del Estado de Israel sobre territorio palestino para resarcir a los judíos del horror del holocausto), se pueden cambiar las mentalidades y promover una reconciliación entre palestinos e israelíes. "No se puede construir un futuro en el que sea posible la convivencia pacífica, precisó Eyal Sivan, obviando que el acto fundacional del Estado de Israel se basa en una partición artificial de la región de Palestina que dejó sin tierras y sin futuro a muchos de sus pobladores originales".

En principio, la memoria se opone al olvido. Pero en realidad, siempre implica la selección de una serie de recuerdos y, por consiguiente, la eliminación (el borrado, el olvido) de otros. En la construcción de la memoria oficial israelí, se han "olvidado" mucho datos y acontecimientos históricos, lo que ha servido para legitimar actos ilegales desde el punto de vista del Derecho Internacional (como la ocupación progresiva del territorio de Palestina sin el consentimiento de sus habitantes originales) a partir de la estrategia política de los hechos consumados.

Recientemente, el ministro de Justicia israelí, Tomy Lapid, nieto de una mujer asesinada por los nazis en Auschwitz, generó un gran escándalo al asegurar que las imágenes de las mujeres palestinas escarbando los escombros de sus casas derribadas por los tanques de Israel le "recordaron a su abuela". En ocasiones anteriores, otras personalidades políticas y culturales israelíes mostraron públicamente posiciones similares, comparando algunas acciones de su gobierno contra los palestinos con los horrores del nazismo. "En todas esas declaraciones, señaló Eyal Sivan, se refleja una perplejidad que muchos ciudadanos, israelíes y no israelíes, compartimos: ¿cómo es posible que un pueblo que ha sufrido en sus propias carnes la persecución y la expulsión territorial, esté haciendo lo mismo con otras personas?". Según Eyal Sivan, es posible precisamente porque la propia memoria del genocidio actúa como una especie de vacuna histórica y el recuerdo del propio horror hace que se olvide (o que, en el mejor de los casos, se minimice) el horror del otro. A ese olvido contribuye el hecho de que la mala conciencia de la sociedad europea por su responsabilidad en el holocausto judío, haya potenciado un actitud permisiva respecto a las acciones del Estado de Israel.

La memoria oficial israelí se basa en tres negaciones. En primer lugar, la negación de la posibilidad de que el carácter "diaspórico" del pueblo judío (que nunca, hasta la segunda mitad del siglo XX, ha sido una nación asentada sobre un territorio geográfico específico) pueda ser su principal seña de identidad. En este sentido, la narración sionista describe la diáspora como una sucesión de humillaciones y sufrimientos, como una fatalidad histórica (o una prueba divina) que nunca deseó el pueblo judío (algo que, según Eyal Sivan, es sólo parcialmente verdad).

En segundo lugar, la negación de la existencia histórica de una cultura judeo-árabe (sefardíes) igual o más extendida que la vertiente judeo-europea (askenazis). "El imaginario sionista que ha configurado la identidad oficial israelí, precisó Eyal Sivan, se articula en torno a la historia de los judíos occidentales, mientras que las referencias al amplio legado judeo oriental se hacen siempre desde una óptica culturalista y a-histórica". También en la construcción de la memoria histórica del mundo árabe se elude la presencia de judíos en su territorio, aunque durante varios siglos cohabitaron sin problema. A su vez, no hay una reflexión sobre la complejidad de la sociedad israelí, y movimientos como Hamas pretenden que en el futuro Palestina sea íntegramente árabe.

En tercer lugar, la negación de la realidad geo-política y cultural de la Palestina anterior a 1947, hasta el punto de que la narración sionista presupone que el indígena árabe-palestino no existió nunca. Es decir, que los únicos y verdaderos indígenas del territorio que se extiende entre el río Jordán y el Mediterráneo son los judíos, por lo que, según ellos, no tiene ningún sentido considerar el problema con los palestinos como un conflicto colonial.

Eyal SivanNo hay que olvidar que estamos ante un conflicto en el que se confrontan las víctimas por excelencia de la cultura occidental -los judíos- con unas víctimas de inferior categoría -los palestinos- que, según la visión promovida por el sionismo, lo son a pesar de la voluntad de sus agresores. Sin embargo, en amplios sectores de la opinión pública occidental, se extiende cada vez más la idea de que algunas acciones del gobierno de Ariel Sharon son equiparables a las que llevaron a cabo los nazis. "Un planteamiento discursivo, indicó Eyal Sivan, que convierte a los palestinos en las nuevas víctimas por excelencia, pues su verdugo es el verdugo por antonomasia: los nazis". Desde la certeza de que se deben evitar esas interpretaciones esquemáticas y reduccionistas (que agotan el discurso), Eyal Sivan sí cree que es necesario subrayar que en el conflicto israelí-palestino existe un gran desequilibrio entre los dos agentes implicados. Es decir, ambos son víctimas y verdugos, pero unos son más víctimas y otros más verdugos.

Hasta el momento, el discurso sionista ha administrado la memoria histórica del conflicto, difundiendo la idea de que ceder ante las presiones palestinas, supone poner en peligro la continuidad del Estado de Israel. Desde ese punto de partida, el gobierno israelí argumenta que no se puede volver a las fronteras anteriores a 1967 (ni mucho menos a las que había antes de 1948), porque, en sus palabras, son "fronteras Austwitch". Hay que tener en cuenta que David Ben-Gurion -considerado el padre de la nación israelí- atribuía al Estado de Israel la representación única de la memoria de las víctimas del genocidio judío. Incluso llegó a recriminarle a los inmigrantes judíos árabes que protagonizaron a mediados de la década de los 50 las primeras protestas públicas contra su gobierno, que no tenían motivo para quejarse si comparaban su situación con la de los judíos occidentales que habían sufrido la persecución nazi. "Desde sus inicios, subrayó Eyal Sivan, el Estado israelí ha utilizado la evocación del holocausto como una herramienta de cohesión y control social que, por un lado, le permitía neutralizar las disidencias internas y, por otro, borrar las memorias propias de los judíos orientales".

En noviembre de 1947 la ONU aprobó el plan de partición en dos zonas del territorio palestino, otorgándole a los judíos el 55% de las tierras cuando antes no poseían más del 6%. Sin embargo, esto no era suficiente para las aspiraciones sionistas que pretendían que el Estado de Israel fuese "étnicamente puro" (100 x 100% judío), algo que, según ellos, no sería posible mientras siguiera habiendo árabes palestinos en su parte del territorio. En ese contexto, en 1948 se produjo la primera guerra árabe-israelí, tras la cual Israel amplío sus posesiones e inicio sus primeros procesos de confiscación de tierras y de expulsión masiva de palestinos. De este modo, puso en marcha su plan de "trasferencia de población" que justificaba la expulsión de palestinos con la excusa de que estaban recogiendo en su territorio a inmigrantes judíos procedentes de distintos países árabes.

El conflicto israelí-palestino entró en una nueva fase a partir de la Guerra de los Seis Días (1967) cuando Israel ocupó militarmente Gaza y Cisjordania, los altos del Golán (Siria) y la península del Sinai (Egipto). Durante los años 50 y 60, habían llegado a Israel numerosos judíos de origen árabe que, al asentarse en las zonas fronterizas, se convirtieron en las primeras víctimas israelíes de la resistencia palestina. A día de hoy, un porcentaje muy alto de la población de Israel es árabe, ya sean judíos de origen sefardí o palestinos que quedaron en zona israelí tras la partición de 1947 o en las anexiones posteriores. De hecho, si en 1948, el número de árabes israelíes rondaba los 120.000, actualmente supera con creces el millón.

En todo momento, el discurso sionista dominante ha tratado de ocultar ese dato, y para ello, ha desarrollado una concienzuda campaña de des-arabización de la población judía de origen árabe, cuyos referentes históricos y socio-culturales se han invisibilizado. Por ejemplo, existen leyes que prohíben a los árabes israelíes volver al país si se casan con un palestino o que obligan a que las mujeres árabes que viven en Jerusalem este tengan sus hijos fuera de la ciudad. A su vez, se favorece la emigración de judíos occidentales y no-árabes a Israel que se buscan en todos los rincones del planeta, desde Argentina a Rusia, pasando por Etiopía, Perú, Birmania o Ruanda. En este sentido Eyal Sivan aseguró que el estado de guerra permanente en el que vive Israel, ha hecho que en los últimos años disminuya de forma considerable el número de inmigrantes judíos que llega al país.

Este proceso de des-arabización se refleja en Route 181, fragments d'un voyage en Palestine-Israël, donde aparecen muchos judíos de origen sefardí que insisten en las diferencias culturales que les distancian de sus vecinos árabes palestinos. En cualquier caso, en los últimos años se está desarrollando en Israel un movimiento civil que, al modo de los colectivos de gays y lesbianas, defiende una especie de "orgullo oriental". En esta línea, han aparecido una serie de medios de comunicación, (canales de televisión, editoriales, publicaciones periodísticas...) y de colectivos sociales (asociaciones de mujeres, grupos judíos antisionistas...) que intentan recuperar la identidad árabe-judía.

"No sabemos, señaló Eyal Sivan en la fase final de su intervención en Representaciones árabes contemporáneas. Discursos críticos y pensamiento político, si la retirada total del ejército israelí de los territorios que pertenecían a Palestina antes de 1967, podría representar el fin del conflicto; o si quizás, haría falta recuperar el reparto territorial que aprobó la ONU en 1947". En cualquiera de los dos casos, otra cuestión que habría que re-pensar es el modelo de distribución demográfica que se escoge. Según Eyal Sivan hay dos vías fundamentales: la creación de dos estados completamente separados en función de criterios étnicos y culturales (opción "etnocrática" que obvia que dentro de Israel hay una gran minoría de población judeo-árabe); o la posibilidad de articular un proyecto de convivencia común que a la vez propicie una integración de la minoría judía en el mundo árabe (opción "multiculturalista" que la mayor parte de la comunidad internacional considera demasiado utópica).

"No hay que olvidar, precisó Eyal Sivan, que el conflicto israelí-palestino es como un laboratorio en el que se reproduce a pequeña escala la confrontación entre Occidente y Oriente, entre las sociedades ricas y las periféricas". A fecha de hoy, Israel, más allá de su apariencia formalmente democrática, es ante todo una "etnocracia". Es decir, un régimen político en el que una etnia -con una tradición religiosa específica- domina un territorio soberano. Ese modelo ya se está intentando implantar en otras zonas de Oriente Medio, como en Irak, donde la re-ordenación territorial e institucional se va a realizar a partir de criterios étnicos que separan a chiíes, sunníes y kurdos.